Era un gran hombre, muy ocupado e inquieto. Era un gran comunicador, pero: escuchaba de maravilla... Su sentido del humor, calidez, vasta cultura, amante de la música y el cine y sus consejos eran oro molido... pero si tengo que destacar lo mejor de él, destacaría dos cosas: Su pasión por la predicación del evangélio de Salvación y su amor por las personas: un amor genuino, (pasados años, seguía interesándose por personas que incluso, -no conocía personalmente-, pero que quedaban prendidas de su corazón, cuándo se enteraba que estaban pasando por dificultades).
Era muy peculiar porque seguía escribiendo cartas y enviándolas por correo, y ahora que no está, esos valiosísimos documentos, tendremos que guardarlos en una "caja de cartón de seguridad" con un gran lazo rojo...
No me cabe duda, que un hombre con tantas responsabilidades de ministerio y familiares, dejó una agenda repleta de compromisos que no ha podido terminar, pero es que los hijos de Dios, nacemos y vivimos para cumplir un propósito: ¡alabar al Señor y glorificarle con nuestras vidas! y Roberto Velert cumplió con creces ese propósito, hasta el último día de su vida, porque era un discípulo de Cristo, al que se le reconocía por "sus frutos" (Mateo 7:16) y aunque vamos a echar de menos sus palabras, su cariño y sus abrazos, miramos al cielo sabiendo que volveremos a verle, y que esto, solo es un:
-¡Hasta luego, amigo.-
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